domingo, 2 de noviembre de 2008

Gracias por el silencio

A media cuadra de Avenida de Mayo y Uruguay, sobre una silla de madera colocada firmemente sobre la vereda, un hombre marca la hoja de un libro haciendo un triángulo con el papel. Luego habrá de envolver el regalo en su sobre-madera y esperar. Se trata de esperar.
Una imperceptible marca, pequeño doblez sobre el margen derecho de un poema.
El sujeto sobre la silla ha logrado separar la fibra del papel, hacer el triángulo con una sola de sus dos capas, ser invisible. El amor del sujeto en cuestión es invisible, invisible como el rocío. Invisible en el estante donde habrá de posarse. El estante el lomo del libro el brazo de ella. Imaginar sus ojos. Sabemos firmemente que el sujeto está pensando en sus ojos, en por qué ella evita mirarlo a los ojos; lo ha escrito en un cuaderno en mal estado. Sabemos el nombre del protagonista, pero no estamos hablando de nombres, estamos hablando del amor, y de la lluvia. Bueno, de la lluvia no tanto, más específicamente del rocío, de esa manera de llover invisible. Él sabe lloverse invisible. Siente el cuerpo satisfecho por la capacidad de silencio, por todo lo que cabe en el interior de un silencio. Se siente en un estado de gracia, felicidad que arrastra la imagen de ella al estirar el brazo el estante el lomo, un triángulo. El poema.
El sujeto arrastra la silla de madera, se pone de pie la ve llegar, tiembla. Es un temblor dulce, no hay que asustarse, hay que agradecer. Es momento de agradecer.

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