LEONA


*

Un cuerpo sin restricciones ascendiendo por el cielo dando vueltas en círculos, como una danza en el aire momento exacto y quieto en el que se vieron por primera vez ¿qué vieron? vieron toda una vuelta al sol /entonces/ contacto sobre el centro del pecho energía recorriéndose /retención/ un brazo recorriendo una cintura nubes más danza en el aire y más nubes que esconden el pelo detrás de una oreja de mujer, grillos reproduciendo una nota dulce y sobre la nota la voz de él ¿qué dice? dice que la encontró la abraza más fuerte son como dos servilletas de papel plegándose ¿qué siente él? no sabemos lo que siente, estamos en el interior del cuerpo de una mujer ¿qué dice este cuerpo? sonríe ¿qué siente? siente una puntada en el ombligo hacia abajo, más abajo ¿qué está pasando? un acto de devoción 



I.

Yo no sé qué quieren ver tus ojos. A veces no soy el lugar más cómodo. Estoy a favor de, a veces, no ser el lugar más cómodo. Supongamos que no tengo ganas de sonreír y punto (.) No me preguntes si ya sabés la respuesta: sí. Pero no lo digo, sólo te dejo ver lo naturalmente infeliz. La tristeza espontánea.
Estoy llorando, no es que quiera que me veas así pero de eso de trata lo espontáneo. Lo verdaderamente espontáneo. Quizás nos esté faltando un poco de eso,

levanto el teléfono y lo llamo
-llama-
lo imagino junto al teléfono
escuchándome sonar
tan igual todas las veces, en todos los intentos

, entonces: algo sucede. Supongamos que él no atiende, o yo no lo llamo; no importa, el punto es que no hablamos.
Estoy a favor de, a veces, imaginarme haciendo cosas con él. Algo muy parecido a los sueños, pero más inventado, mío.

llueve, noche
estoy cenando
suena el timbre dos veces
como si el dedo intentara ser reconocido
como en señal de

Estoy a favor de las señales de amor, y de que sea él. Pero esta vez no.


II.

Nunca se sabrá cómo hay que contar esto. Quizás sea el día que no ayuda, o haberme acordado de Luisa. Estoy en silencio, repito (para mí): "No hay nada en el mundo que no vibre, solo hay que saber escuchar: no estás sola; y sigo: no hay nada en el mundo que no vibre…". Los cuentos son solo cuentos, no creo en la palabra amor. Hago una lista de lo inhabitable comenzando con la palabra amor:
· La palabra amor
· El color rosa
· Las nubes
· Los escalones
· La distancia de los pasos
Cierro el cuaderno: voy a salir. Antes miro la puerta, no estoy segura pero siento a alguien respirando del otro lado. Me acerco, apoyo la oreja en la madera, cierro los ojos para escuchar mejor. Hay alguien, lo puedo sentir, vibra del otro lado de la puerta. Lentamente me derramo sobre el piso de azulejos negros y espero a que algo suceda. La respiración sigue ahí. Comienzo a acariciar la puerta blanca, apoyo mi mano lo más alto que me permite la postura y la deslizo suavemente hacia abajo, hasta mi cuerpo arrodillado. Ahora vuelve a ser mía, MI mano que acaricia la puerta en el incansable movimiento ondulante. Me acuesto. Aún está ahí. Suena el teléfono y no me importa, el teléfono es inhabitable, esto es otra cosa: hay alguien respirando conmigo, nos estamos conociendo, llamen en otro momento. Sigue sonando y la situación se vuelve algo excitante, como un trío amoroso. ¿Seguís ahí? –pienso- y como por arte de magia, porque para el romance se necesita magia, el teléfono calla y volvemos a ser sólo dos vibraciones, sólo el otro lado de la puerta y yo.
Por fin solos, me gusta escucharte respirar –no lo digo pero lo pienso mucho, en estos momentos es en todo lo que pienso-, me gusta. Estoy esperando a que algo suceda, una manifestación, nosé, me gusta esto de respirar pero quizás podríamos acariciar algo más que madera, aunque un poco me asuste. Conocerte, podría pasar horas con Luisa hablando de vos.
Vuelvo a la situación, me siento, algo está por pasar, lo sé porque la respiración acelera y sube el tono, suave suena,


III.

Diálogo 
Los sueños son como barcos. No voy a decirte que el mar es como la vida; el mar es mucho más grande. Luisa sabe de qué estoy hablando. A veces hacíamos barcos con servilletas. Sus barcos eran increíbles. Pude haberme subido a uno si me lo hubiese pedido: confiaba en sus ojos y en el mar. Charlábamos mucho, de todo, de la vida. Nunca pude recordar la forma que tenía de doblar sus barcos. Siempre insistía en que debía apoyarlos suavemente en el mar, porque el mar podía ser salvaje con los barcos, por eso la urgencia de ser suave. La urgencia de cuidar lo ( ). Una vez también me dijo que no debía tenerle miedo al mar, que sólo era una parte del todo,

¿De qué todo?

De esto, de fluir.

Coire (ir juntos) 

Cuando ella se abría, él la miraba con tanto amor que la cosa parecía importante. Sacó de su bolsillo de hombre un retazo azul y lo depositó en su mano de mujer, le dio forma de puño cerrado, habló: -Una porción de mar-

Miro mi mano, el pedacito de mar, entramos. Me dejo sacudir por la vida encerrada en los dibujos. Sé que él también: ví sus manos, los trazos. El agua es transparente, me arrodillo, pruebo. Quizás sea él la línea que cruza mi mano, ahora abierta, encerrándonos. Por primera vez no me da miedo, él sonríe conmigo. Sabe que el amor es regalar un espacio en el cuerpo.

¿Rompemos barcos con la boca?

Importa el después 
Repito (para mí): Cuando no estés segura de decirlo, cuenta ordenadamente hasta diez. Luego reflexiona: ¿eres la misma persona?, ¿aún quieres decir lo ( )?
Meditar a veces no es tan fácil, por eso la necesidad de contar.
Abro el cuaderno, escribo:

¿Rompemos barcos con la boca? Quise decírtelo, hacerte entender que no creo en el futuro, por lo menos no después de. Perdón, quizás aun no esté preparada para dejar de no-decirte-algunas-cosas. Estoy esperando que, cuando termine, sienta la urgencia de decírtelo.
Cuando llegué a casa, abrí el tercer cajón de la cocina y rompí todas las servilletas que me llevo de los bares (¿debería decir llevaba?). Te gustaría verlo, un desfile concluso, pedacitos de recuerdos desparramados por el piso. Aún no me animé a juntarlos, esperando que vuelvas. La oportunidad de. Estoy haciendo café.

Dobló la carta en cuatro partes, la besó. Luego caminó hacia la puerta blanca evitando pisar los restos del desfile. Se detuvo, de rodillas, estiró la mano. A veces hace bien despojar a la cosa, soltarse. Ella lo supo en el mismo momento en que deslizó el papel por el pequeño espacio que dividía este-ese lado. Tomó café. Nunca le contó a nadie que lloró. Toda una mujer.



IV.

No sé si sabías, pero el sexo está de moda. Está en los perros, en la tele, en las revistas. Está en los kioscos, en la mueca del diariero. Está en los colegios, en el exceso de maquillaje de las maestras, en la primera menstruación. Está en las vidrieras, en los escotes de oficina, en las polleras cortas, en las polleras a la rodilla, en las polleras largas. En la ropa interior: ahí está el sexo. En las lencerías, en las mujeres que vibran eligiendo el color que más les queda con la piel.
Está en los acolchados de raso, en los espejos, en los turnos de dos horas. Está en las mujeres policías, en los abogados, en el apio, en la nuez de Adán. Está en la Biblia, en el conocimiento, en el verbo conocer.
Está en la entrada de los cines, en la película, ¿Qué película? Quizás alguna en la que el protagonista -con algún nombre parecido a John- conoce a Linda en la librería de un pequeño pueblo al sur de Francia. Él está de visita en busca de tranquilidad, ella lee poesía y lleva flores silvestres en su canasta, ese tipo de cosas, amor. El sexo está en el amor. Yo me acuerdo del amor. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- *


* El personaje tacha lo que escribió a continuación de “Yo me acuerdo del amor”. Está exhausto. Nostálgicamente mira un punto sobre el marco izquierdo de la ventana: acción de recordar. El recuerdo esta vez se llama Pedro.
Tiene una sola foto de él, está en cuclillas abrazado a su perro como se abrazan los jugadores de fútbol para la foto grupal. Eso le causa mucha gracia. Sonríe nostálgicamente, los imagina corriendo, pasándose la pelota, gritando un gol. El perro se llama Arturo –curioso nombre, piensa con gesto de asombro, asombro nostálgico- es grande marrón y con cara de perroguardián. Sin pelo. Él, en cambio, flaco pelo castaño y anteojos.
El personaje lleva la foto en su billetera. Cuando conoce gente en los bares, la saca y cuenta historias, muchas veces inventos. Nunca fueron juntos al cine. El personaje no sabe perdonar. (Nota del autor)



V.


¿Quién quiere hacer un daño? El departamento es pequeño, con un vidrio roto. Lo observas. Tercer vidrio de la puerta balcón contando de arriba hacia abajo. Lo observas, te gustan las cosas pequeñas, en especial si brillan. Piensas en separar un pedacito de vidrio para tu colección de objetos-diferentes. ¿Quién quiere hacer un daño? Te sientas a la izquierda del macetero vacío, posición de meditación. Los vidrios rotos siguen ahí, observándote. Te miran, preguntan: ¿Quién quiere hacer un daño? La unidad hace a la fuerza, pero también la fuerza puede ser frágil. Te envuelves en tu propio cuerpo; aún no lloras, no es momento, hay que resolver la pregunta: ¿Quién quiere hacer un daño? Giras el cuello, recorres tu departamento: no hay nadie. Repites en voz baja: no hay nadie. Piensas en que podrías ir por la escoba, limpiarlo todo, acabar con la escena del crimen; pero estás inmóvil. Te da miedo equivocarte otra vez. Que nadie se entere lo del macetero. Piensas en llevarte los vidrios en silencio. Piensas mucho, piensas que estás pensando mucho, que deberías aprender a poner la mente en blanco. Que las cosas pasen, esas cosas que ahora te miran y preguntan: ¿Quién quiere hacer un daño?
Podrías estar toda la noche intentando poner la mente en blanco. Pero antes o después, yo sé lo que vas a hacer. Vas a juntar los vidrios, te guardarás un pedacito para tu colección, barrerás; todo volverá a ser como antes. Avisarás a los vecinos que en un descuido rompiste el cristal. Comprarás uno nuevo. Creerás que el rito fue suficiente, que mañana despertarás y todo estará bien, que tu peso gris se habrá roto junto con el vidrio. Creerás ser feliz. Pero no. No cambiaste nada. Los muertos están muertos. Las flores siguen oliendo igual.
No es que quiera desanimarte, pero ya habrá tiempo para limpiar las casas. Aunque duela, hay que vivir.


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